Veneno, de Peer Meter y Barbara Yelin, narra una durísima historia. La de una envenenadora múltiple en los días previos a la ejecución de su pena de muerte, en el lúgubre Bremen de 1831. Nos la cuenta una escritora ya mayor que rememora cómo llegó a vivir ese episodio cuando llegó a la ciudad cuando estaba transcurriendo la historia. La dibujante nos transmite con su lápíz intenso el ambiente sombrío y de pesadumbre que causa en la escritora el acontecimiento. Una mujer con una enfermedad mental tal que la llevaba a matar a esposo, parejas, hijos o amigos dándoles en la comida grasa de ratas, una mezcla de manteca y arsénico, mientras que atendía a extraños o enfermos. Pero el espectáculo de su ejecución brutal, la visión machista de la sociedad de la asesina y por extensión de las mujeres, las otras culpabilidades de los que no quisieron ver el problema o no quisieron investigar las muertes para no quedar en evidencia, van construyendo un retrato histórico de una sociedad miserable, que transmitió a las generaciones la costumbre de escupir sobre la piedra-lápida donde estuvo el cadalso sobre el que se decapitó a la envenenadora.
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