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En el segundo, vuelve a narrar un texto de Fred Vargas, en este caso referido a un mendigo vendedor de estropajos y testigo del crimen de una mujer.
En las dos obras consigue transmitirnos mucho con su acuarela que combina sutileza y fuerza, que rasga el papel dejando manchas y huecos, silencios.
En ambos dibuja la ciudad y a sus marginados, con los que se solidariza al contarnos y exponernos sus vidas, casi siempre invisibles cuando pasamos a su lado.
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