Este cómic cuenta la visita que hizo Hiroyosi Ishida con su equipo al restaurante El bulli, con motivo de la invitación realizada por Ferrá Adriá para que durante unos pocos días sirviera el menú japonés que elabora en el Mibu para ocho comensales por jornada.
En general pienso que la alta gastronomía está sobrevalorada en la parte rica de nuestra sociedad, y si bien es una muestra significativa de la cultura en un sentido antropológico, igual nos estamos pasando con la sublimación de la comida y todo lo que la rodea. Un pequeño reflejo más de esta impresión es que se publiquen muchos cómics gastronómicos, y que también en manga proliferen series centradas en la cocina.
Al margen de esto, la historia que cuenta este cómic es enternecedora. El restaurador japonés lleva hasta las últimas consecuencias y detalles la reproducción de su cocina japonesa, con sus ingredientes y su estilo, en El bulli. Lo hace como un ejercicio de honestidad personal, de reconocimiento y respeto a su colega Adriá. Éste a su vez le manifiesta también su admiración por su cocina, y en esa mutua armonía viven con generosidad y entrega esta experiencia culinaria única.
El cómic que nos cuesta esta historia es de edición modesta, pero esta lleno de detalles en cuanto a la descripción de los ingredientes traídos desde Japón, la decoración acorde a los platos, las pequeñas dificultades surgidas en el proceso de transferencia de la cocina de un contexto a otro tan distinto....
En mi limitada capacidad de análisis de lo que se nos cuenta, se trata de una cocina que combina la tradición con la búsqueda de la perfección en las elaboraciones, los ingredientes óptimos, la mirada a la naturaleza como fuente de inspiración para recrear nuevos platos... Con todo ello quienes cocinan producen arte y facilitan experiencias casi místicas a los 8 comensales servidos a diarios. Una labor que me merece respeto y los hace sentirse felices por más que estén en un plano que me es bastante lejano.
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