Puerto Langosta, de Edo Brenes, es una historia encantadora, que nos mete de lleno en la intensa vida durante un año del adolescente que la protagoniza, Enrique, en la población costarricense de Limón. Ambientada entre 1947 y 1948, el muchacho llega para vivir con su hermana y su cuñado recién casados, tras la muerte de su padre. Ese nuevo mundo que se le abre es el del primer enamoramiento de alguien inalcanzable, los primeros amigos y las pequeñas transgresiones, en una atmósfera de realismo mágico, que combina lo idílico y lo terrenal, la posibilidad de una guerra civil con el amor, el tiempo en la playa y la posibilidad de la desgracia. Caciques y pequeños mafiosos, zona rica y zona pobre, una isla prohibida habitada por un único hombre misterioso, códigos de luz o un ocelote protagonizan el relato, desencadenado por la súbita multiplicación de langostas que da título al cómic, y que genera acontecimientos que cambian la vida de Henry y sus amigos: sus estudios, su relación familiar y sus prioridades.
Una historia conocida y permanente, pero que cada vez que como lector me encuentro disfruto: el descubrimiento de la vida, el paso de la inconsciencia al mundo adulto y sus primeros golpes sin manual de instrucciones.
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