Niño prodigio, de Michael Kupperman, es un relato sobre la necesidad del autor de comprender los motivos del carácter de su padre, en un esfuerzo también por conocerse mejor. Para el dibujante, su padre era un misterio, una persona huidiza que se negaba a hablar de su infancia como genio de las matemáticas. Por eso a su muerte sintió que debía acercarse a cómo la condición de famosísimo niño prodigio lo pudo hacer desgraciado y por qué fue llevado a esa situación.
A partir de aquí un trabajo de investigación, de rastreo documental en cuadernos con recortes escondidos, para ir descubriendo cómo en realidad al superdotado Joel se le utilizó por razones políticas y económicas.
El origen de todo fue un primer programa concurso de radio que empezó a realizarse en los Estados Unidos, en el que los niños respondían preguntas de los oyentes. Quiz Kids sirvió para contrarrestar el rechazo a los judíos que personajes como Ford habían contribuido a extender en su país, y a recaudar fondos para la intervención americana en la Segunda Guerra Mundial, y el padre de Michael se dejó sumergir en ese mundo, inicialmente por su madre y después por toda la maquinaria puesta en marcha por el creador de estos concursos.
Una obra que me ha parecido tremendamente honesta, que se sitúa en una tradición que ha dado lugar a obras impresionantes -desde El almanaque de mi padre a Fun Home o ¿Eres mi madre?. En ellas, el ejercicio de reflexión sobre los progenitores puede incluir el reproche o el ajuste de cuestas al modo de la Carta al padre de Kakfa pero casi siempre van logrando una tendencia a la empatía, un acercamiento emocional que se hace comprensivo y reconciliador.
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