Speer: el arquitecto del mal, de Eduardo Batán, es la biografía de uno de los principales ministros nazis, basada en las memorias que escribió durante los años que pasó en la prisión de Spandau.
La historia de este arquitecto, uno de los colaboradores de mayor confianza de Hitler, suscita curiosidad porque habiendo sido responsable del trabajo forzado de decenas de miles de judíos o de la producción de armamento que retrasó el final de la Segunda Guerra Mundial, consiguió sembrar dudas sobre su culpabilidad en los Juicios de Núrenberg y reducir su condena, esquivando la horca. Fingió desconocimiento de los campos de concentración ante sus interrogadores, y ello le permitio recuperar la libertad en 1969 y enriquecerse con sus libros, por más que finalmente asumiera parcialmente su responsabilidad en el horror del Holocausto.
En sus obras memorísticas, en las que principalmente basa Batán su concienzudo trabajo, Speer se presenta sobre todo como un "técnico" enormemente eficiente, que se sumó al nazismo por el carisma de Hitler y que se centró en lograr concluir las faraónicas obras públicas que le encargaban para demostrar la grandeza del Régimen. La cuestión -obviamente- es que lo técnico siempre tiene un significado y una instrumentalización política, y en este caso formó parte de un genocidio de dimensiones inconcebibles en la Historia humana.
El cómic, que se lee de un tirón, se adentra en muchos detalles desconocidos para mí, y por él aparecen con mucha fidelidad los personajes del régimen nazi y las grandes construcciones de la época. El autor, que es un experimentado arquitecto, demuestra su oficio en la representación de espacios urbanos, edificios, escenarios bélicos y personajes, avanzando en una labor creadora que inició en su biografía de Scott: Expedición Terra Nova 1910-1913, que publicó la Editorial de la Universidad de Murcia.
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