Una guerrita de nada: Saigón 1961-63, de Marcelino Truong, es una visión de los inicios de la guerra de Vietnam a través de la mirada infantil. Se trata de la de un niño -el propio autor- hijo de un diplomático que tiene que ir a Saigón con sus padres y sus tres hermanos.
De madre francesa -de Saint Malo- y padre vietnamita, el niño pasa de Washington a Saigón para volver a Londres y vemos cómo va asimilando esos cambios y forjando su personalidad mientras a su alrededor avanza la guerra por más que se le intente proteger de la misma.
El punto de vista del niño desdramatiza la crudeza de la guerra, pero a la vez que lo personal el cómic va introduciendo lo histórico y político de los acontencimientos: los motivos de la intervención americana, la situación de Vietnam del Sur y sus injusticias, la corrupción y las contradicciones de los regímenes en conflicto.
Muy bien dibujado y contado un episodio histórico que me resulta muy complejo, el autor demuestra ser un gran narrador.
Voces que cuentan es un volumen colectivo en el que nueve periodistas y profesionales destacadas y nueve ilustradoras (Diana López Varela, María Hesse, Leticia Dolera, Lola García, Sandra Sabatés, Agustina Guerrero, Sara Herranz, Ana Oncina, Sara Sole, Almudena Grandes, Raquel Riba, Akira Pantsu, Ada Diez, Sandra Cardona, Estefanía Molina, Patricia Campos, Julia Otero y Eva Amaral) se unen para contar nueve historias de inspiración autobiográfica en las que acercan diversas experiencias: sus relaciones con sus padres y madres, la imposición y superación de la anorexia, el proceso por el que a veces las mujeres se autosilencian, la lucha por hacer lo que quieren por encima de las dificultades...
Una historia quizás impresiona especialmente es la de Patricia Campos: primera mujer piloto de reactores en el ejército español -que tuvo que dejar por el contexto machista- luego futbolista de élite en Estados Unidos y que de ahí pasó a promover la igualdad y el empoderamiento de las mujeres y transformación social en Uganda.
Crónicas de juventud, de Guy Delisle, es un nuevo trabajo autobiográfico del autor, que en este caso arranca cuando a sus dieciséis años comienza a dedicar los veranos a trabajar.
El muchacho entrará a una enorme fábrica de papel, en la que tendrá que hacer muchas tareas peligrosas y penosas, por más que nos lo cuente sin mucho énfasis: manipular una grúa para mover gigantestos rodillos de papel para prensa, reciclar toneladas de papel en condiciones de calor y humedad, tener turnos nocturnos de doce horas...
También vamos a la vez conociendo el proceso de maduración del autor, la relación con su padre, la vocación por el dibujo o la entrada en la universidad para formarse. Y se puede ir apreciando la capacidad de observación de personajes y comportamientos de los compañeros de la fábrica, que nos cuenta con el estilo depurado que ya hemos conocido en el resto de obras de Delisle. Una anécdota bibliotecaria: la forma en que fue descubriendo a los grandes autores de cómic en la biblioteca de su barrio, como ya nos había contado en "Como no hacer nada".
Se trata de una biografía que profundiza tanto en los dramáticos episodios de su vida -la segunda guerra mundial como judía en Alemania, la persecución nazi, el encarcelamiento en Alemania y el internamiento en Francia, la compleja huida a Estados Unidos, el suicidio de su amigo Walter Benjamin- como en su formación filosófica y en el desarrollo de su propio pensamiento.
Se pone en evidencia que Arendt fue una auténtica superdotada que desde muy pronto hizo acopio de la lectura exhaustiva de la toda la tradición filosófica, que completó con sus estudios con Heidegger o Jaspers y el fructífero diálogo con otros grandes filósofos -y consigo misma. Y una mujer que aspiró a pensar los grandes problemas de la época, a los que dedicó grandes obras: Los orígenes del Totalitarismo o La Condición humana. Y que definitivamente tuvo una repercusión global al seguir el proceso al criminal de guerra nazi Eichmann, y contextualizar cómo se puede llegar a la mayor crueldad e inhumanidad, a través del concepto de la banalidad del mal, desarrollado en su estudio Eichmann en Jerusalem. Una cuestión radical: cómo personas "normales" son capaces de los peores crímenes contra la Humanidad quizás creyendo actuar según lo esperado o obeciendo leyes.
Me ha gustado mucho conocer más del carácter de esta gran filósofa, su capacidad para tomar decisiones con valentía y su gran capacidad de juicio. Y, entretanto, tambíén la anécdota: la relación con su madre, el exagerado hábito de fumar, su relación con el gran filósofo pero lamentable contemporizador con el régimen nazi: Martin Heidegger.
También fue una gran usuaria de las bibliotecas, aunque en la Prusiena las bibliotecarias fueron conniventes en la investigación nazi sobre Hanna.
Ya había visto la película que le dedicó Margarethe von Trotta, y que se centraba sobre todo en la controversia sobre el juicio a Eichmann. Pero este cómic me ha dado una perspectiva muy entrañable de la persona. Si se quiere ver la película, está en efilm, la plataforma de cine gratuita para usuarios de las bibliotecas públicas españolas.
Refugio, de José Fonollosa, es un bonito cómic sobre el trabajo en una protectora de animales, que el propio dibujante realiza como voluntario.
A través de su experiencia, conocemos cómo se lleva a cabo en estos centros el cuidado de los perros abandonados. Alimento, salud, cariño, paseos, búsqueda de adoptantes... Un ejemplo de la bondad de la que son capaces muchas personas que dedican su tiempo y sus esfuerzos a estos animales, que merecen toda la consideración como seres vivos que nos acompañan.
Se trata de una obra a la vez entrañable y didáctica, que cuenta una historia que merece ser conocida, con sencillez y un tono muy agradable.
En Oleg, Frederik Peeters comparte cómo ve su propio trabajo y sus dudas como creador. Lo hace a través del protagonista, en diálogo y convivencia con su mujer y su hija adolescente. Con ello la historia resulta muy cercana, pues mientras él esboza historias en cómic que reflejan sus preocupaciones -como el futuro tecnologizado y distópico al que nos estamos abocando- su pareja hace de espejo frente al que se confronta o refuerza, y su hija le confía sus pequeñas intimidades.
La cuestión de fondo es la quizás inevitable inseguridad de todo autor respecto a sus proyectos cuando se están gestando, el temor a perder la chispa o la originalidad... y la convivencia con esas sensaciones mientras se charla con estudiantes, se hacen sesiones de firmas con los lectores o se plantean los problemas de la vida cotidiana.
Peeters al mismo tiempo se nos muestra como alguien que mira con escepticismo lo que le rodea y que tiende a encerrarse en sí mismo por ejemplo frente al uso invasivo de las redes e Internet, pero que a la vez es capaz de estar en ese mundo y de contarnoslo para que disfrutemos sus cómics.
Se trata de un acercamiento entrañable a la niña soñadora, inquieta, intensa lectora y rebelde que debió ser la protagonista, y que se nos cuenta como un contrapunto del retrato que veía la ilustradora del cómic, su tataranieta Teresa, en el que mostraba un semblante muy serio y duro.
Y en efecto, la infancia que se nos cuenta nos ayuda a entender por qué Concepción Arenal dedicó su vida a la acción social humanitaria, a luchar por el derecho de los presos o los niños huérfanos, y por el derecho de las mujeres a vivir plenamente a través de la cultura, el trabajo o la participación política. El cómic nos muestra a una niña muy inteligente y soñadora, que se resiste a la educación "de señoritas" para acceder a un matrimonio de conveniencia, que se enfrenta a su madre por empujarla a ello, una niña que se centra en la lectura y el pensamiento desde años muy tempranos.
Amante de vivir en el pueblo de su abuela en Cantabria y de dar paseos secretos con su perro por el bosque, la niña pudo hacerse lectora voraz y aprendiz autodidacta gracias a haber crecido en un ambiente de libros y tener como referencia a un padre liberal, que murió muy prematuramente. Y pudo muy posiblemente ir gestando sus luchas -contra la esclavitud, la pena de muerte y su ejecución pública, contra la pobreza- en la infancia que suponen con tanto encanto las autoras. Y es que la infancia construye la persona que somos durante toda nuestra vida.
Me ha gustado mucho la forma en que lo hace: cercano, simpático, riguroso, comprometido y didáctico, como docente en Educación Secundaria que es. Pedro lleva haciendo una gran labor en torno al aprendizaje a través del cómic que ya ha dado muchos frutos, como la estupenda Historia del Arte en cómic que nos aportará seis volúmenes de los que ya están disfrutándose los tres dedicados a Mundo Antiguo, Edad Media y Renacimiento.
En la serie de cómics que ahora se inicia nos habla de los problemas de la sociedad y del planeta, de la insostenibilidad y de las injusticias y desigualdades que acarrean. Y abre el reto de implicarnos como Humanidad desde la implicación de cada uno: una tarea ineludible e inaplazable. Porque como dice el autor, el siglo XXI pertenece a los jóvenes de hoy, que están cada vez más concienciados y que deben aprender a ejercer el protagonismo y su responsabilidad el ganar el futuro que la sociedad actual y su racionalidad neoliberal extrema les está arrebatando. Por eso Pedro se apoya en la argumentación de Kant, Wittgenstein y Hannah Arendt para reivindicarlo.
Ethel y Ernest, de Raymond Briggs, es la historia de los padres del autor. Está contada de una forma intencionalmente muy sencilla, pero a la vez enormemente expresiva.
Es el relato de las vidas modestas de estos dos londinsense, que tuvieron que sufrir penurias, una guerra -la Segunda Guerra Mundial- varias épocas de escasez y la llegada de algunas políticas de desarrollo social. Abarca unos cuarenta años entre el momento en que la pareja se conoce y enamora en 1928 hasta el año 1971 en que los progenitores del dibujante fallecen con escasos meses de distancia.
Una historia con encanto por la forma en la que se nos cuenta cómo el matrimonio lucha por salir adelante, mostrando extrañeza ante los cambios políticos y sociales que recorren su vida y ante todo manteniendo su amor y su preocupación por su hijo. Un repartidor de leche y una mujer que dejó su empleó doméstico al casarse y que deseaba trabajar como oficinista.
