La niña demuestra una enorme capacidad de observación y disfrute de lo que aporta la naturaleza, los árboles, los jardines, las distintas flores, y también el paisaje en su dimensión humana y natural, que la familia va a la vez respetando y configurando con sus labores.
En el cómic vamos viendo pasar los pequeños o grandes descubrimientos de la niña: las piedras y su historia, los fósiles, las transformaciones erróneas por culpa de políticas agrarias equivocadas, como la concentración parcelaria, las variedades de plantas y los ecos de esos paisajes en la literatura y la pintura francesas.
La niña va sobre todo disfrutando desarrollar la curiosidad en un entorno que le da muchísimas ocasiones de disfrutar conectando vida, historia y creatividad, apoyada en su inteligencia y en la capacidad de imaginar con la libertad que da la inocencia infantil.
Un detalle de los muchos del cómic que refleja esa unión de naturaleza, observación y aprendizaje es cómo describe los ciclos de las plantas y su ritmo como una forma de calendario y de conocimiento natural de las estaciones, que se sintetiza en la página que reproduzco aquí.
En suma, un cómic con encanto que transmite una enorme sensibilidad y un gran amor por la naturaleza, que nos va llevando desde lo más sencillo a Proust o Rabelais y hasta el Museo del Louvre. donde tantas pinturas dan testimonio de la campiña francesa. La autora logra quizás su mejor obra a través de la recreación de su infancia: un cómic a la vez poético y ecologista.
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