Los niños de la guerra que conocimos hace cuarenta años y que han seguido reapareciendo de la mano de este grandísimo narrador que es Carlos Giménez han crecido. Y así se les abre la posibilidad de recuperar un hogar, cuando las madres o algún otro familiar puede acogerlos e iniciarlos como aprendices de sastre o mecánico. Se despiden de Paracuellos y los demás hospicios, del hambre, de las bofetadas de revés o a dos manos, de los juegos infantiles, de las peleas y de las pequeñas ilusiones con las que llenaban sus días.
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